jueves, 26 de febrero de 2015

The Way Through Doors. Una portada


Estos días, un poco por casualidad me he tropezado con un libro que, en su momento, me llamó mucho la atención. En todos los sentidos. De ahí que lo utilizase, en aquel momento, en un ejercicio académico bastante simple, pero que creo que es bastante significativo del valor y sensaciones que ese libro me había provocado, en algunos aspectos al menos. Por eso, hoy quería recuperarlo aquí, como una pequeña descripción y análisis crítico de lo que, en mi modesta opinión, es un brillante diseño de portada. Espero tener ocasión de volver en otro momento a contar algo sobre el contenido, puesto que, también en ese sentido, le tengo un gran aprecio a esta novela. En cualquier caso, aquí está la portada en cuestión.


Jesse Ball, The way through doors: a novel
Vintage Contemporaries, 2009
ISBN 978-0-307-38746-2 240 pp.
En la cubierta se recogen el título (incluido el subtítulo) y el autor de la obra. También se recoge una pequeña alusión a la anterior y primera novela del autor. No hay ninguna referencia a la editorial, ni textual ni a través de imagen logotípica (que, en cuanto al exterior del libro, queda reservada a la cuarta de cubierta e al lomo). La disposición de estos elementos de la cubierta se convierte en un juego de volúmenes que, si bien no los jerarquiza en cuanto que tales elementos ni facilita tampoco su diferenciación, sí cumple una función de estética y juego conceptual por el contenido y significación en relación con la obra (como analizaré a más adelante). La tipografía  escogida para estos elementos es de la familia egipcia y en ella se juega con diferentes cuerpos para el propio título, que aparece segmentado y multiplicado en dos partes (la mitad inferior del texto por un lado y la mitad superior por otro lado: un juego arriesgado para la legibilidad del propio título, pero apropiado en cuanto a concepto): la primera comienza desde el corte superior del libro hacia el centro de la cubierta en una gradación del cuerpo que va disminuyendo, y la otra va desde el corte inferior hacia el centro, en una simetría perfecta, también disminuyendo el tamaño del cuerpo de la tipografía conforme converge con el centro. El efecto que se consigue con esta disminución del cuerpo de la tipografía es una perspectiva que conforma una especie de túnel hacia el interior del libro, que se complementa con el propio diseño como de capas de papel superpuestas y recortadas. El equilibrio de la cubierta se mantiene desde esa simetría, que toma como eje de referencia al autor, que queda perfectamente centrado tanto vertical como horizontalmente en un cuerpo bastante menor al del título. Un cuerpo todavía más pequeño se reserva para el subtítulo y para la mención de la primera novela del autor, que se disponen con una alineación vertical a ambos lados cerrando el marco textual que tenía el eje en el autor (eje agora del equilibrio vertical). A la izquierda, el subtítulo, compuesto en caja alta y con lectura de abajo hacia arriba. A la derecha, la referencia, en caja baja y lectura de arriba hacia abajo... cerrando una especie de círculo de lectura.

Un breve comentario en cuanto al contenido de la propia novela así como a su desarrollo formal será muy indicativo para la correcta comprensión del diseño escogido en la cubierta y sus implicaciones conceptuales. La trama se desarrolla con la sucesión fragmentaria ­­—y aparentemente inconexa a veces— de una serie de historias que uno de los protagonistas va elaborando y en las que él mismo participa al tiempo que se las va contando a su partener, una desconocida que ha perdido la memoria después de haber sido atropellada. A través de estas historias, entre la realidad y lo onírico, abriendo, mirando y atravesando puertas reales y figuradas, busca descubrir y recuperar la identidad de la mujer. En un determinado momento, uno de los personajes dice algo así como que en su búsqueda tiene que aprender a abrir puertas a través de las páginas, a través de los pensamientos y de las suposiciones. La expresión en el original utiliza el verbo to cut, con lo que la imagen del recorte en el papel viene enseguida a nuestra mente... Y precisamente esa es la imagen de la cubierta.
Huyendo de convencionalismos, todos los elementos de la cubierta juegan y están dispuestos en función de ese concepto, de ese mensaje que apunta a lo fragmentario y a un viaje hacia el interior: hacia el interior de la historia atravesando puertas. Más allá de convertir la cubierta en el reflejo de una idea que recorre todo el texto, de vincularse de una manera magistral con la historia; más allá de eso, con una disposición de todos los elementos convergiendo, como si de un embudo o de una espiral hipnótica se tratara, hacia el centro (un centro que gana profundidad con el propio diseño y parece introducirse físicamente en el libro), hay que añadir un valor extra, pues se constituye por sí misma en un reclamo para el público: es una invitación a entrar en el libro, a meterse dentro, a conocer la historia, y descubrir lo que guarda esa cubierta entre sus páginas. Probablemente, no habría que pedirle mucho más que eso a la cubierta de un libro.
El conjunto resultante ofrece una imagen limpia de la cubierta. No hay ilustración: un juego de marcos rectangulares, que delimitan áreas con una suave gradación tonal dentro del blanco, con un sombreado que incide en la percepción de profundidad y perspectiva, es el único acompañamiento para le juego que ya explicamos constituyen los elementos tipográficos. Sencillez, limpieza, claridad, minimalismo... un abrumador protagonismo de los elementos textuales que, paradójicamente, alcanzan ese protagonismo pese a lo confuso o fragmentario de los diferentes elementos. La simple geometría de las formas rectangulares, acompañada por la elección de una tipografía de la familia serifa (acorde con esa geometría de líneas) ofrece una cubierta que, con una factura moderna, libre de excesos y equilibrada, llega a una comunión conceptual con la propia obra al mismo tiempo que se presenta como una perfecta invitación y carta de presentación del objeto libro como tal.

viernes, 25 de mayo de 2012

Fernweh

Si eres gallego, lo entiendes. Sin que te lo expliquen. Y entiendes también que no te lo expliquen, porque seguramente tampoco serías capaz de explicarlo tú mismo. La morriña es lo que tiene. No es una palabra. Aunque está en el diccionario... incluso en el de español. Pero no es una palabra. O no solo una palabra.
Es un signo de identidad. Y como tal, es asumido por los propios y es visible para los ajenos. Es un sentimiento. Y dijo alguien aquello de que ver es creer, pero sentir es estar seguro. Y no es que me apasionen las citas rimbombantes atribuidas (o mal atribuidas) a no se sabe bien quién. Sin embargo, reconozco que algunas, leídas en un momento vital concreto, las sientes como sentencias (¿será posible que sentencia y sentir tengan un origen etimológico común? Esto explicaría que sea verdad que el sentimiento es el que da autoridad a una realidad).
En fin... volviendo de esta excursión por los cerros de Úbeda, había llegado a que morriña era un sentimiento identitario. Entonces, tal y como yo lo veo, aprender palabras, aprender las palabras-sentimiento identitarias de una lengua determinada, supongo que es aprender/comprender algo íntimo de sus poseedores (de sus hablantes, ¡vaya!). El caso es que, en determinada ocasión, se me ocurrió que quería aprender alemán -por cierto, lo recomiendo: es uno de los juegos más divertidos en los que he participado-, y resulta que todavía hoy recuerdo los que fueron los fundamentos para mí en aquel primer contacto con el alemán: ein paar Spiegeleir (un par de huevos fritos) -esto lo explica el método de mi profesora para el aprendizaje de vocabulario: si eso, ya os lo cuento en otra ocasión-; es kaum darauf an (depende) -sí, soy gallega, ya lo habíais notado-, y, finalmente y a donde quería llegar, Fernweh. Y aquí ya no hay traducción. No quiero que la haya. O no sé hacerla o no se puede. O no se debería. Porque es un sentimiento. Porque es un signo de identidad. Es injusto traducirlo como es injusto que morriña sea nostalgia o echar de menos la tierra natal.
Ellos, los alemanes, tienen también una palabra para esa morriña: Heimweh, algo así como nostalgia de la patria o dolor por el hogar (muy muy literalmente porque la traducción ya he dicho que me parece una injusticia y querría evitar ser injusta). En fin, he dado esa pseudotraducción o explicación muy a mi pesar simplemente para entender el Fernweh. De algún modo es la palabra complementaria. Sería, en este caso, el dolor de lo lejano, la nostalgia por lo desconocido, por el extranjero o, en palabras del traductor de Google, "pasión por los viajes" (buen resumen, aunque, desde luego, Google ha decidido no ser tan literal como yo).
En fin, supongo que todos tenemos esa imagen de los teutones viajeros, exploradores... con esa disposición a ver mundo, a viajes culturales, etc. (ya, ya... todos estamos pensando en Mallorca y esto acaba de sonar a chiste, pero ¿me habéis entendido, no?). No sé, quizá solo yo tengo esa imagen. O quizá es que es una imagen ya algo caduca, muy decimonónica, o muy romántica (no, tampoco ahora estoy hablando de San Valentín... que parece que haya que explicarlo todo, ¡leñe! Hablo del romanticismo de cielos tormentosos, mares embravecidos, suicidios y demás familia). El caso es que alemana no soy (o solo prima: os lo cuento ahora), pero sí reconozco el Fernweh como una palabra-sentimiento, identitaria de una cultura ajena para mí. Quizá conozcáis a algún alemán que os lo confirme también como señal propia. Si es así, hacédmelo saber.
Estos días, por momentos, padezco un poco de Fernweh, de ahí esta reflexión. No sé muy bien la causa; tampoco es que eso sea importante. Supongo que tenía razón aquel profesor en la facultad que no me conocía de nada y se dirigió a mí como "a ver, la celta esa del fondo". Supongo que siempre he sabido que, pese a tener toda la morriña del mundo aun sin alejarme mucho de mi tierra, pese a ser gallega por los cuatro costados (¡o más!), he llegado hasta aquí seguramente con alguna oleada sueva, o algo así, y queda todavía en mi acervo genético alguna que otra palabra-sentimiento compartida con mis primos del norte.